Legados de Gregorio Baremblitt
Por Luis Carrizo

Saber, poder, quehacer y deseo: un sistema comprensivo que caló profundamente en nuestra formación, en los tempranos años ’80, cuando la presencia de Gregorio Baremblitt entre nosotros definió una manera particular de pensar y vivir el psicoanálisis y el análisis institucional. Con esta “cuadriga” del pensamiento crítico como título, Gregorio nos regaló en esa época una obra excepcional, provocadora, en muchos sentidos instituyente. Nuestra entonces incipiente vocación por la psicología social y el análisis institucional se apasionó con su propuesta, que venía acompañada de diálogos fértiles con autores que marcaron una época, en términos teóricos, epistemológicos y políticos. Así, en ese devenir, junto con tantos colegas rioplatenses, nos embarcamos en universos de sentido irrepetibles, de la mano de Félix Guattari, Gilles Deleuze, René Lourau, Michel Foucault, Marie Langer, y tantos otros personajes.
En ese entorno, Gregorio iba de Rosario a Buenos Aires, Rio de Janeiro y San Pablo, fundando diálogos y volcando semillas para buenos cultivos. El Grupo Plataforma fue una de tantas escalas en la ruta de su pensamiento y su acción institucional. Con su forma de entender el análisis institucional -como campo de análisis y de intervención- no sólo fortalecimos nuestra caja de herramientas, sino que pudimos llevar a otro nivel la densidad del pensamiento y la proyección profesional de la psicología, más allá de barreras escolásticas.
Un día, allá por los ‘90 y en el marco de la Coordinadora de Psicólogos, propuse instalar un programa de apoyo y promoción profesional que no resultaba sencillo de implementar, pero podría constituir un avance sustantivo a nivel institucional. Pensé en consultar la idea con Gregorio, que a la sazón residía en Belo Horizonte. Con mucha dedicación, le escribí una carta (manuscrita y postal, por supuesto), donde le compartía la iniciativa y se la presentaba con una secuencia de preguntas del tipo “¿por qué no…?” (…hacer tal o cual cosa, provocar tal o cual resultado…). Gregorio me respondió de inmediato y, más allá de apoyar la idea, lo que hizo fue darme una lección sobre el sentido de la acción. En su respuesta, expresaba algo que me quedó grabado hasta el día de hoy: “No fundamentes en negativo, fundamenta en positivo: ¿por qué es necesario realizar tal programa?, ¿por qué es conveniente alcanzar tales resultados? Esa es la mejor manera de persuadir: cuando uno mismo está convencido de los valores de una propuesta y los puede expresar con claridad y sin temor.”
Ese hombre, que acaba de fallecer, nos legó una forma distinta de pensar y hacer las cosas, con libertad y sin temor, y también con la responsabilidad de saber que el poder anida en la palabra, y que el deseo dialoga íntimamente con los quehaceres del saber.
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Pensando en la riqueza del legado de Gregorio Baremblitt para la psicología social y el análisis institucional, solicitamos a uno de nuestros maestros, Alejandro Scherzer, que nos confiara una semblanza de quien fue su referente en la riquísima comunidad de ideas que surgió en nuestra región en los ’70 y que aún dispersa sus resonancias aquí o allá. Gracias Alex por tu aporte para compartir con el colectivo de CPU. ¡Salud Gregorio!
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Gregorio Baremblitt, trashumante.
Por Alejandro Scherzer

Gregorio Baremblitt, un trashumante, partió de gira, otra emigración más, su pensamiento y praxis darán vueltas por el mundo y al mundo.
Nos conocimos en la década de 1970, cuando Armando Bauleo le pidió que lo acompañara a Montevideo a impartir docencia a un grupo de uruguayos, trabajadores sociales y de la salud mental.
En Uruguay, fue el primer docente de teoría y práctica psicoanalítica que ya no transitaba por instituciones psicoanalíticas oficiales. No existían aún ni AUDEPP (Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica) ni la Escuela Freudiana, sino solo APU (Asociación Psicoanalítica del Uruguay). Su rigor académico, su generosidad, su contacto directo, nos sorprendió a todos nosotros. Nada de alturas arrogantes. Pura generosidad y entrega. Fue un ejemplo de humildad atenta.
Agradezco al colega y amigo Luis Carrizo por su referencia de maestro hacia mi persona. Pero, si de eso se trata, Gregorio fue, para mí, un Gran Maestro.
Tuve varios maestros, entre otros: Mauricio Fernández, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovski, Juan Carlos De Brasi. Y tuve tres Grandes Maestros: Juan Carlos Carrasco, quien me enseñó a caminar por la Psicología y por la Universidad; Armando Bauleo, quien me enseñó a correr y saltar por la Psicología Social; y Gregorio Baremblitt, que me enseñó a volar… en la ciencia y en la vida.
Implacable cuestionador de posturas y enunciados “clichés” de cualquier autor o estudiante que repitiera acríticamente temáticas de nuestra especificidad, Gregorio siempre se mostró respetuoso de cualquier otro interlocutor.
Lo conocí psicoanalista ortodoxo y estructuralista, y con el correr del tiempo se tornó esquizoanalista y deleuziano.
Enseñó que se puede migrar de un lugar en la vida, en las instituciones, en el pensamiento, hacia otros modos de estar en el mundo y hacia otras tiendas.
Fue lector, escritor, escultor, luchador por causas que entendiera justas y pertinentes (en su juventud, había sido campeón de lucha, compitiendo por su Argentina), redactor de cuentos, contador de chistes (era excepcional tanto su repertorio como su estilo desopilante), organizador nato, entre tantos otros talentos.
Me habilitó a actividades que pensaba que podían hacerme bien o amplificar un pensamiento alternativo, como la de coordinar juntos una sesión intensiva de grupo terapéutico, en Buenos Aires, con pacientes bajo ingesta de LSD -abordaje alternativo introducido en el Río de la Plata por Luisa Álvarez de Toledo en la década del ’50.
Atendiendo a su invitación, concurrí al máximo evento al que asistí en mi vida profesional, en 1978, en Río de Janeiro, cuando Gregorio convocara a Felix Guatttari, Franco Bassaglia, Erving Goffman, Robert Castel, Armando Bauleo, Thomas Sazs, Oswaldo Saidón y Emilio Rodrigué, entre otros. Inauguraba así el IBRAPSI (Instituto Brasilero de Grupos e Instituciones).
También lo hice, en 1982, con el fin de redactar -después de cuatros días de Mesas Redondas- el libro: “El inconsciente institucional”, donde nos reunimos con Gregorio y personalidades de la talla de René Lourau y Gérard Mendel, junto con Armando Bauleo, Eduardo Pavlovski, Oswaldo Saidón y Eliana Conde.
En 2011, Gregorio estuvo en nuestra Facultad de Psicología de la UDELAR, con intervenciones e intercambios de alta calidad.
Te mando un gran abrazo, Gran Maestro y amigo del alma.
Se nos fue el último sabio de esta región.